Reconicimiento a el Pato en Mexico, D.F.

Fue en 1534, en París, cuando Ignacio de Loyola y 9 hombres más, sin un plan, sin un manual de liderazgo, iniciaron un camino del que yo también formo parte ahora: la Compañía de Jesús, los jesuitas.

En mis tiempos de formación como jesuita, en los años 60´s, recuerdo un texto en latín grabado en el panteón de la misma casa de formación, cerca de Guadalajara, que dice: “La Compañía de Jesús guarda aquí con mucho cuidado las queridas cenizas de aquellos a quienes engendró, para regresarlos al cielo”  Me impresionaban mucho las palabras “…a quienes engendró…” por aquello de que fuimos engendrados para algo. Y hoy entiendo que el premio es también para la Compañía de Jesús por haberme engendrado para estas luchas diarias, estos sueños, estos pleitos por la justicia y la verdad…, esta opción por la defensa de la fe y la promoción de la justicia.

Fui engendrado también por una pareja excepcional: mis padres, y mi familia, que me enseñaron a soñar, a luchar por formar mundos nuevos; porque junto con muchos, llegamos a creer que otro mundo es posible.

Cuando quise imaginar algunas palabras para compartir hoy con ustedes, comenzaron a pasar por la historia y la memoria escenas vividas en Tarahumara que me han ido “haciendo”, escenas de torturas y desastres: un indígena arrastrado por el ejército hasta arrancarle el cuero cabelludo, otro indígena con el brazo roto, Esteban Rodríguez golpeado por un militar hasta casi reventarle un ojo, gente golpeada a culatazos, patadas, mujeres acosadas sexualmente, robo de ganado, redadas indiscriminadas. Todo aquello que me ha venido “haciendo”.

Algunos buscan un premio y lo reciben luego de una lucha por obtenerlo. Todos podemos ver la felicidad y la euforia del deportista después de que ganó la competencia. Su preparación fue diaria, continua, disciplinada, para obtener cada vez mejores resultados. Finalmente, se lleva la medalla, la muestra a todos y vive para conseguir la siguiente o, simplemente, vive del recuerdo de haberla obtenido.

Recibo un premio por mi liderazgo, pero en honor a la verdad afirmo que no nací líder. Por mi experiencia de caminar 35 años en Tarahumara estoy convencido que los líderes no nacen ni se hacen. Son personas como todos que de pronto, y por una opción de vida, la gente los comienza a hacer.

Me he formado asomándome lenta y tímidamente, con temor y temblor, a la corrupción, a la denuncia, al dolor, a la realidad y a la esperanza; y he ido saltando de piedra en piedra, entre la aguas de un río desconocido, entre la denuncia y la protesta enérgica y pública. Y he encontrado así un nuevo significado de la vida para atacar de frente la injusticia y la hipocresía de tantos personajes que van pasando por el mundo de Tarahumara.

Y aunque no miro como miran los indígenas, ni sueño como sueñan, ni amo como aman, ni vivo su vida ni muero su muerte, a muchos nos van enseñando a mirar, a soñar, a amar, a vivir, a servir… Con ellos aprendemos; con ellos, los que luchan desarmados, los que sienten desaliento pero continúan esperando.

Hoy recibimos, los jesuitas, el pueblo, mi familia, mis amigos y amigas y yo, este reconocimiento con la esperanza de poder representar a tantos miles que no tienen un reconocimiento y están en el riesgoso trabajo de cada día por defender los derechos y las vidas de otras y otros. El pueblo, la gente, las circunstancias, van empujando y nos van llevando adelante, nos duela o no nos duela, nos cueste o no nos cueste.

A pocos se nos concede experimentar momentos dramáticos que han sido determinantes, y rara vez se desenvuelve la vida según un plan estratégico preconcebido. El liderazgo es más bien improvisado, los problemas se presentan de una manera sorpresiva, no vienen con un manual de liderazgo ni se ajustan a un plan de vida.

En nuestra realidad la justicia se arrebata al pobre, al desvalido, al pequeño, al marginado, al indígena, a cualquier ciudadano, y es necesario rescatarla, restaurarla, hacerla vida.  Y así, el dolor del indígena, su historia de ancestral marginación, me han “hecho”.

¿Cómo vivir con entusiasmo en un mundo tan golpeado como el de ahora? No podemos evitar leer los periódicos, ver la televisión, escuchar el radio y no sentirnos oprimidos por la preocupación sobre el destino de amigos cercanos y parientes. La muerte se ha vuelto cotidiana y sinónimo de impunidad. El dolor del pueblo frente a las masacres sigue a flor de piel, y el grito en la garganta.

Las muertes, los muchachos masacrados a mis pies, el grito y el llanto de las familias, la rabia contenida, se suman y empujan a seguir adelante.

El premio no es para Javier Ávila, es para quienes he encontrado tirados a la orilla del camino, torturados, heridos, muertos… Ellos, como la Compañía de Jesús, también me han engendrado para lo que soy ahora. Me han  enseñado a conocer y aceptar mis debilidades para enfrentarme a ellas e incluso superarlas.

Hago mías las palabras que nos dejara escritas nuestro querido amigo Pablo Latapí: “Estoy convencido de que hay que seguir trabajando por lo que queremos, en lo que nos corresponde a todos. Creo que para eso es la vida, es construir esperanza, abrir horizontes, tener presentes hacia un futuro mejor, sembrar alegría y construir esperanza invocando nuestras utopías y trabajando tenazmente por realizarlas hasta el último día de nuestra vida”.

Amo y amaré siempre este reconocimiento. Y más que un premio, es un acicate para no abandonar la lucha, y seguir creyendo que hay esperanza.

Los que no buscamos más premio que la sonrisa de quien ha recibido una mínima ayuda en medio de la inmensidad de su necesidad; de quien una palabra de consuelo ha parado su llanto; de quien recibe una lejana esperanza de que todo puede mejorar; de quien espera justicia; de quien transforma su odio en amor y en perdón. Quienes luchamos por obtener esas respuestas, estamos enfrascados en otro tipo de lucha para lograr que las medallas de la esperanza y de la sonrisa se entreguen a los que sufren..., o de que podamos dormir por la noche. Por eso, el premio que hoy recibo es inesperado y, por lo tanto, no buscado. Pero sí agradecido inmensamente porque este reconocimiento es para quienes me han “engendrado” para recibirlo.

Gracias, pues, desde el fondo de mi corazón. Gracias COMPARTIR, por este premio. Gracias a quienes han estado y seguirán estando junto a mí en la cercanía, en la distancia, en la presencia y en la ausencia. Gracias a quienes enviaron sus cartas de apoyo y se arriesgaron a creer en mí. Gracias a Lety y Felipe por haber sido -obstinadamente- promotores de mi candidatura. Gracias a todos ustedes.  ¡Dios los bendice!

Javier Ávila Aguirre, S. J.

México, D. F.  22 de Septiembre de 2009

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